Elenita se enfermó y le hicieron un montón de pruebas misteriosas. La metieron en una especie de microondas magnético que chirriaba y crujía y parecía que iba a explotar. Le pusieron piecitas de titanio y de cobre dentro. Le inyectaron tecnecio 99. Le dieron rayos gamma. Luego la operaron y la cosieron con hilo azul de Prusia. Y hasta le implantaron una especie de puerto USB en el pecho. Con cable y todo.
Cuando pudo, salió a la calle, al sol. Tenía una sensación rara. Ella era ella todavía, sí, pero había una extrañeza ahí, de fondo. Se sentó en una terraza y pidió vino blanco. El vino olía claramente a cochitos de choque y a algodón de azúcar. Sacó la nariz de la copa, respiró, dejó pasar un poco de tiempo y para dentro otra vez. Y no, no había duda. Algodón de azúcar. Todos los vinos que probó después olían a cosas inesperadas. Uno, blanco también, a principio de curso, a naranjas chinas aplastándose contra los libros y las carpetas en la mochila. Otro, tinto, a monte, a moras de zarza, a pólvora y a sangre de jabalí. “Tengo poderes”, pensó Elenita, “con tanta radiactividad y tanta historia se me ha desarrollado un olfato mutante, superheroico. Y a ver qué hago, porque así no se salva el planeta ni nada”.
Le estuvo dando vueltas al asunto y decidió que iba a beber mucho vino y a salvarse ella. Que ya era, ya.
Cuando pudo, salió a la calle, al sol. Tenía una sensación rara. Ella era ella todavía, sí, pero había una extrañeza ahí, de fondo. Se sentó en una terraza y pidió vino blanco. El vino olía claramente a cochitos de choque y a algodón de azúcar. Sacó la nariz de la copa, respiró, dejó pasar un poco de tiempo y para dentro otra vez. Y no, no había duda. Algodón de azúcar. Todos los vinos que probó después olían a cosas inesperadas. Uno, blanco también, a principio de curso, a naranjas chinas aplastándose contra los libros y las carpetas en la mochila. Otro, tinto, a monte, a moras de zarza, a pólvora y a sangre de jabalí. “Tengo poderes”, pensó Elenita, “con tanta radiactividad y tanta historia se me ha desarrollado un olfato mutante, superheroico. Y a ver qué hago, porque así no se salva el planeta ni nada”.
Le estuvo dando vueltas al asunto y decidió que iba a beber mucho vino y a salvarse ella. Que ya era, ya.