La librera (sustituta) está detrás del mostrador, enfrentándose al rompecabezas de las devoluciones, los albaranes, las cajas, las facturas y me llevo tres, cuando entra una señora que saluda y dice lo siguiente: "Quiero la novela del escritor ese que se murió". La librera (sustituta) levanta una ceja. "¿Cuándo se murió?", pregunta, por ir acotando la búsqueda y descartar a Cervantes, a Borges y a Plinio el Viejo.
La señora contesta lo que le da la gana a ella. "Es aquel con gafas que no hizo testamento y luego le dio un infarto, aunque era joven, y entonces toda la fortuna se la llevó el padre, y su mujer, la pobre, no vio un duro, porque no estaban casados-casados, sino eran de hecho, que no tenían papeles, quiero decir; y fíjate que además él no se llevaba con el padre, que hacía por lo menos diez años que no se hablaban".
A la librera (sustituta) se le enciende el bombillo. Es Stieg Larsson. "Muy bien. ¿Y cuál de las novelas quiere? Las tenemos las tres". "Enséñame a ver...". La librera (sustituta) busca la trilogía Millennium en la mesa de allá, coge el primer libro y lo levanta. La señora dice, con infinita desconfianza, "¿Ese? ¿No es muy gordo?". La librera está de acuerdo. Para su gusto, le sobran unas cuatrocientas páginas. O quinientas. Pero no se lo va a decir a la señora, que se trata de venderle el libro. "Bueno, se lee muy rápido", apunta. "Quita, muchacha, eso no me lo puedo llevar a la playa, necesito algo ligerito". La librera (sustituta) piensa. "Si le gusta la novela negra...". La señora la interrumpe. "No, que eso es triste. Lo que me gusta son las historias que acaban bien". La librera (sustituta) se acuerda de lo que dice el librero (titular) en estos casos, que es "pues para eso lo mejor es que se compre un cuaderno y lo escriba usted", pero se aguanta y se dedica a estrujarse el cerebro. "¿Y éste?", sugiere, señalando uno de John Fante. "No". "¿Y éste?", uno de Italo Calvino. "No". Kapuscinski no, Ian McEwan no, Gerald Durrell no. La librera (sustituta) pierde todo escrúpulo, suspira y se tira al barro. "Éste lo recomiendan mucho", dice, cogiendo uno de Ruiz Zafón y procurando no poner cara de asco. "Ah, mira, pues igual... ¿Y del de los candados en el puente tienes alguno?". Ése es Federico Moccia. "Todos", dice la librera (sustituta) con voz lúgubre.
La señora se lleva "Perdona si te llamo amor", 9.95 euros, y antes de irse, llena de buena voluntad, le da un consejo a la librera (sustituta). "Tengo una amiga que trabaja en la librería del Cortinglés, de toda la vida, y la empresa la obliga a leerse un libro cada tres meses, para que pueda recomendarle cosas a los clientes, ¿sabes? Y yo creo que eso te vendría bien, porque se ve que mucho no lees tú".
Este trabajo no está pagado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
13 comentarios:
En situaciones como ésta cuando me quedo sola empiezo a hacer aspavientos y a decir "Dios,dame paciencia! que si me das un palo los mato a todos..."
Haberle recomendado una de Pérez Lugín.
La librera sustituta sería feliz trabajando en la librería Áncora, que (Oh, milagro!) ignora olímpicamente los best-sellers y además tiene un dueño muy lindo. Besos!
PD: ¿No será usted la librera sustituta? Por aquello de que lee poco, digo...
JAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!!
¡ES-PEEEEEE!¡Hola! :-)
No tenía ni idea de que mi Santa Madre había pasado por allí para comprarle un libro, señora. Si quiere, le paso el teléfono del videoclub del barrio, el dependiente de allí tiene una técnica asombrosa que le impide cascarse una depresión nerviosa tras una docena de clientes como Santa Madre. Pero yo creo que ese chico no ve muchas películas.
Genial, absolutamente genial.
pero con lo feos que quedan esos libros en la librería del salón!!
Me gusta tu foto nueva, Mery!
Qué bueno, y quñé triste. No sabes cómo te entiendo. Yo no soy librero pero me encanta leer y de verdad que se me abren las carnes cuando llega uno de estos que, como dices, leen un libro cada tres meses y me da consejos sobre lo que es la literatura (consejos que se reducen a recitar los autores de moda). Y encima tienes que poner buena cara y agradecérselo por educación, y hasta reconocer que, en efecto, no tienes gusto para la lectura.
Hola, hola, señores, señoras y personas diminutas.
Abisal, yo últimamente pido un diluvio o un volcán o algo así, genérico, que me libere de la necesidad de dar piñas y patadas sin tino. Pero nada.
Sí, bwana, mi ignorancia es tal que no sé quién es Pérez Lugín. Y cuando busqué su nombre en Google me salió un señor respetable con barbas decimonónicas que escribía sobre tauromaquia.
Ay, Esperanza, seguro. Me encantaría poder decir "no, esos libros no los trabajamos; si quiere alguna novela victoriana o algún drama ruso..."
6, tú te ríes, pero arrieritas somos y en el camino nos encontraremos.
Josemaría, yo también te quiero, so borracho.
Madame, ojalá hubiera venido su señora madre a la librería; seguro que hubiéramos tenido una conversación estupenda y no me habrían quedado ganas de apalearla, como fue el caso.
Losviajes, muchas gracias, oye.
Diamondlife, es que cuando terminan de leerlos los llevan a encuadernar en cuero color chocolate con letras doradas, doy fe.
Gracias, Esperanza, guapa. Yo me veo mucha cara de pan, pero ya no le discuto a la cámara. Y me hacen gracia los botes de especias de atrás.
Miguel, yo tengo que contenerme para no decirles, una vez que ya pagaron el libro y se lo llevan, "el asesino es el padre de ella, que se le fue la cabeza en la guerra porque sufrió mucho; y al muchacho le da una disfunción eréctil". Aunque sea mentira. Sólo para joder.
Me parto. Yo le habría soltado una fresca... Ni siquiera la habría entendido, pero me habría quedado en la gloria.
Ay, Efe, mi limitada experiencia comercial me indica que soltar frescas es incompatible con vender cosas a la gente. Si los insultas se van sin comprar nada, los muy rencorosos.
Publicar un comentario