Mamá: ¿Y qué tal todo?
Yo: Bien. Aunque la perra se come las paredes.
Mamá: ¿Las paredes?
Yo: Que verás, si fueran mías... Pero son del casero. Y luego no puedo evitar pensar que cualquier día, mientras esté yo trabajando, se pone a masticar un muro de carga y tenemos una desgracia.
Mamá: Igual le falta calcio al animalito.
Yo: Si le faltara calcio no tendría esos colmillos de tigre de dientes de sable, ¿no?
Mamá: No... ¿Muerde mucho?
Yo: Muchísimo. Voy por la casa con los guantes del horno puestos, no te digo más.
Mamá: Ah, ¿pero tú tienes de eso?
Yo: Cuatro. Al principio sólo tenía uno, pero fui y compré más. Y porque no los hacen para los pies, en formato bota-de-caña-alta, que si no...
Mamá: Tú es que siempre has sido muy exagerada. Desde chica.
Yo: ¿Quieres que te mande un parte de lesiones?
Mamá: Nada, nada. Los cachorros son todos así. La Pulga también era muy mordelona, y ahora ya la ves, tan dulce, tan encantadora. Ya no muerde.
Yo: No; ya no nos muerde a nosotros.
Mamá: Eso. Sólo a los desconocidos que no le caen bien.
Yo: Que son todos.
Mamá: Todos no. El otro día...
Yo [interrumpiéndola]: Pero la Pulga ha tardado dos años en enderezarse. No sé si aguantaré tanto, yo.
Mamá: Tú trátala con cariño, pobrecita. No le levantes la voz.
Yo: Le levanto la voz y la alpargata, Mamá, que si no me me echa del sofá y llama al servicio de habitaciones y pide la cena por teléfono, con vino, café, copa y puro, y un cartón de tabaco. Y hay que ponerle límites. Tú, como a los tuyos los tienes tan consentidos...
Mamá [ahora le toca a ella interrumpir]: Mira, ¿y tú crees que podríamos hablar de algo que no fueran los perros y su educación?
Yo: Sí. La semana que viene se me acaba el contrato.
Mamá: Ya.
Yo: Y no tengo derecho a paro.
Mamá: Ah.
Yo: Y este año no se convocan oposiciones de nada. No sé muy bien qué voy a hacer.
Mamá: Y, aparte de las paredes, ¿te come bien, la perra? ¿Qué le das, pienso?
Yo: Sí. Uno caro. Me lo vende el veterinario.