Tengo un oso y no sé dormir bien. Así que me voy a la cama con el oso y espero que me llegue el sueño. Mi madre me deja encendida la luz del pasillo para que no tenga miedo, pero no funciona. Además, desde que me duermo la apaga. Y luego me despierto a media noche y pienso que todos nos vamos a morir, o a lo mejor nos hemos muerto ya y no lo sabemos. Me levanto y me acerco a la cama de mi hermana, que es chiquitita pero sí sabe dormir. Como respira y está caliente, está viva. Bien. Luego pienso si no se habrá muerto el oso y me asusto. Voy a la habitación de mis padres, y mi padre me dice que el oso está perfectamente y que me acueste otra vez y respire hondo, que ya veré que me duermo. Vuelvo sin ningún convencimiento y me meto en la cama. El oso no se mueve ni nada. Pero no está frío. Pasa un rato y todo está muy oscuro y no sé qué hacer. Me vuelvo a levantar y voy al cuarto de mis padres. Mi madre me dice “el oso está bien; nunca ha estado vivo, así que no se puede morir, el oso es inmortal, vete a la cama, anda”. Obedezco. Me acuesto mirando a mi oso inmortal. Qué suerte.
25 de noviembre de 2011
23 de noviembre de 2011
Recuerdo con vaca
Pasé muchísima vergüenza.
5 de noviembre de 2011
Explosividad del ser humano
Supongamos por un momento que existe un ser humano que la semana pasada tropezó en la acera mojada y se rompió las gafas, y que está a dieta desde antes del verano, hasta el punto de que a) ya no se acuerda de lo que es la leche entera ni la mantequilla y b) cree que el brécol es comestible. Incluso crudo. Incluso sin ketchup. Ese ser humano lleva seis meses en el paro y camina por la calle con los ojos multiplicados como La Mosca, buscando trabajo, como sea, donde sea, de lo que sea. Ese ser humano vive justo encima del local de ensayo de una comparsa del Carnaval. Tres noches en semana, los comparseros se reúnen para cantar versiones infames de canciones brasileñas que no se merecen semejante cosa, y tres noches en semana, el ser humano se va poniendo azul y resopla y se aguanta para no a) bajar al local, tocar a la puerta con gran educación y exterminarlos a todos utilizando uranio enriquecido o b) asomarse a la ventana y cantar desaforadamente “apoyá en el quicio de la mancebía miraba encenderse la noche de mayo”. Pero esto no es lo peor; ese ser humano, después de dedicar un montón de tiempo, energía y neuronas a estudiar matemáticas para una oposición (venga ecuaciones con nosecuántas incógnitas, venga fracciones algebraicas, venga ladrillos, muros, obreros y metros inversamente proporcionales, venga depósitos que se llenan y se vacían), se juntó con otros tres o cuatrocientos seres para hacer un primer examen desastroso. Porque nadie le preguntó lo que se había estudiado. Y porque le dieron 30 segundos para resolver problemas tontos, sí, pero no tan tontos como para hacerlos en 30 segundos. En 30 segundos este ser humano no alcanza ni a sumar 29856299999,452 y 40011299994672,166, mñbss y me llevo cuatro. En cambio, le basta un segundo para determinar que “hacémila” está mal escrito. Es injusta la vida. Hay otra cosa que indigna a ese ser humano, a saber, que a unos doscientos euros de distancia se está produciendo una hermosa erupción volcánica, con sus terremotos y sus columnas de humo y sus lavas, y si no lo remedian los euromillones se la va a perder. La cosa es que ese ser humano ve como su explosividad interior aumenta y aumenta, casi tanto como la loza en su fregadero o el número de hormigas empadronadas en su casa. Y no quiere matar a nadie que no sea un comparsero desafinado, pero no se fía de sí misma. Y piensa qué hacer. Le quita la voz al teléfono. Baja a la calle y compra un bote de nutella. Se la come a cucharadas, meditativamente, mientras ve la portentosa película “Megatiburón contra Crocosaurio” (en V.O.). No llega a ninguna conclusión razonable. Vamos, a ninguna conclusión. Piensa irse a nadar y darle de patadas al agua, pero el ayuntamiento no tiene presupuesto para abrir la piscina los fines de semana.
Ah, ya está, mira. Vamos a hacer volar el ayuntamiento.
8 de octubre de 2011
Libros
La señora contesta lo que le da la gana a ella. "Es aquel con gafas que no hizo testamento y luego le dio un infarto, aunque era joven, y entonces toda la fortuna se la llevó el padre, y su mujer, la pobre, no vio un duro, porque no estaban casados-casados, sino eran de hecho, que no tenían papeles, quiero decir; y fíjate que además él no se llevaba con el padre, que hacía por lo menos diez años que no se hablaban".
A la librera (sustituta) se le enciende el bombillo. Es Stieg Larsson. "Muy bien. ¿Y cuál de las novelas quiere? Las tenemos las tres". "Enséñame a ver...". La librera (sustituta) busca la trilogía Millennium en la mesa de allá, coge el primer libro y lo levanta. La señora dice, con infinita desconfianza, "¿Ese? ¿No es muy gordo?". La librera está de acuerdo. Para su gusto, le sobran unas cuatrocientas páginas. O quinientas. Pero no se lo va a decir a la señora, que se trata de venderle el libro. "Bueno, se lee muy rápido", apunta. "Quita, muchacha, eso no me lo puedo llevar a la playa, necesito algo ligerito". La librera (sustituta) piensa. "Si le gusta la novela negra...". La señora la interrumpe. "No, que eso es triste. Lo que me gusta son las historias que acaban bien". La librera (sustituta) se acuerda de lo que dice el librero (titular) en estos casos, que es "pues para eso lo mejor es que se compre un cuaderno y lo escriba usted", pero se aguanta y se dedica a estrujarse el cerebro. "¿Y éste?", sugiere, señalando uno de John Fante. "No". "¿Y éste?", uno de Italo Calvino. "No". Kapuscinski no, Ian McEwan no, Gerald Durrell no. La librera (sustituta) pierde todo escrúpulo, suspira y se tira al barro. "Éste lo recomiendan mucho", dice, cogiendo uno de Ruiz Zafón y procurando no poner cara de asco. "Ah, mira, pues igual... ¿Y del de los candados en el puente tienes alguno?". Ése es Federico Moccia. "Todos", dice la librera (sustituta) con voz lúgubre.
La señora se lleva "Perdona si te llamo amor", 9.95 euros, y antes de irse, llena de buena voluntad, le da un consejo a la librera (sustituta). "Tengo una amiga que trabaja en la librería del Cortinglés, de toda la vida, y la empresa la obliga a leerse un libro cada tres meses, para que pueda recomendarle cosas a los clientes, ¿sabes? Y yo creo que eso te vendría bien, porque se ve que mucho no lees tú".
Este trabajo no está pagado.
19 de septiembre de 2011
Información
1. El agua está fría.
2. El agua fría es buena para los sofocos y para la flaccidez, pero mala para la reuma y los huesos.
3. Todas tenemos huesos, así que hay que firmar un escrito para que el ayuntamiento mande a subir la temperatura del agua.
4. Es posible guisar pulpo compuesto con papas y queda muy rico.
5. Además, si se compra un pulpo grande, se mete en un táper y hay comida para tres días. Y sabe mejor de un día para otro.
6. El cura de San Benito es el autor intelectual de la antesdicha receta del pulpo compuesto, y hay que ver la vida que llevan hoy día los pobres curas, que hasta tienen que hacerse la comida.
7. Trae buena suerte tener curas y monjas en la familia, sobre todo si una es católica practicante.
8. Hace calor, pero la semana pasada hacía más.
9. En el mercadona están de oferta los cuigüis, que son muy buenos para obrar. Mejores que las ciruelas.
10. El alcalde es tonto.
11. El presidente del gobierno autonómico es tonto.
12. El presidente del gobierno nacional es tonto.
13. La vida está muy cara y muy mala y hay que rezar y tener paciencia.
14. Los negros la tienen muy grande, que una señora estuvo este fin de semana en la playa y vio uno que bueno, de verdad, una cosa.
15. No hay que darles nada verde a los loros, que se envenenan.
16. La monitora del acuabí grita mucho y manda mucho, pero nunca se ha visto que se meta ella en el agua, cosa que no está bien porque no predica con el ejemplo.
17. Encarnita se fue de vacaciones a un parque nacional y le gustó tanto. Si no fuera que a todos lados tenía que ir andando y eso cansa.
27 de agosto de 2011
Arquitectura civil
Madre: Dime.
Niña: ¿Tú te acuerdas de cuando me dijiste que a mí me habías recogido debajo de un puente?
Madre: Sí.
Niña: Es que hoy me dijo Carmencita que eso no puede ser, porque todos los hermanos nos parecemos mucho.
Madre: Porque los recogí a los cuatro debajo del mismo puente.
Niña: Ah.
[silencio]
Niña: Y mira...
Madre: ¿Qué?
Niña: ¿Cómo sabías tú que había un niño debajo del puente?
Madre: No lo sabía. Yo pasaba por allí camino del trabajo y me lo encontraba y lo traía a casa.
Niña: ¿Y sigues pasando?
Madre: No. Cuando ya llevaba cuatro niños me cansé.
Niña (más tranquila): Ah. Y entonces, ¿ahora vas al trabajo por otro camino?
Madre: No, no, después de tu hermano el chico fui y le puse una carga de dinamita al puente, ¿sabes?
Niña: Ah. Claro. ¿Me das la merienda?
9 de agosto de 2011
Recuerdo con reptil
4 de agosto de 2011
Barrio
16 de julio de 2011
Carteles
"Cerrado por cierre".
"Compramos dientes de oro".
"Se traspasa el negocio. Se alquila el local. Se vende el local. Se saldan las existencias. Entre y pregunte".
28 de junio de 2011
Por favor
Yo no sé conducir. Bueno, no sé circular. Si la cosa fuera sencillamente mover el coche en el vacío, o en el desierto, o en una de esas carreteras que salen en las películas de zombis, se me daría mejor. Pero es sentarme al volante, ajustar los espejos y hacerme espantosamente consciente de que hay un montón de peatones, motoristas, camioneros, niños, ciclistas, perros, policías, semáforos, señales, rayas pintadas en el suelo, seres que tocan la pita, ponen indicadores y/o descargan cajas de donuts, chóferes de guagua que me dan paso... todos ahí, todos a la vez. Y no puedo fijarme en tantas cosas al mismo tiempo. Me pongo frenética. Sé que en un segundo se me va a ir el coche de las manos y voy a aplastar a alguien, sea peatón, motorista, camionero, niño, ciclista o perro. O policía. O a todos. Mil quinientos kilos de metal y plástico y cristales y ruido y fuego.
No puedo, no puedo.
Suspendí el examen de conducir seis veces seguidas. No, perdón, siete. La última vez un chico que había aprobado y que olía misteriosamente a anís me aconsejó que me quitara los nervios con un buen pelotazo de Marie Brizard. No funcionó. Todo el mundo me dice siempre que me tengo que sacar el carné, y nunca me lo saco. "Venga, que tú puedes, si es muy fácil, si eso lo hace cualquiera". Bah. Ya ni sé cuántas veces me matriculé en cuántas autoescuelas distintas ni cuánto dinero me gasté del modo más idiota.
Y cada año la primera felicitación que recibo es de la Autoescuela Carmelo, que me manda un sms cariñosísimo a las ocho de la mañana. El mensaje sólo dice "AUTOESCUELA CARMELO LE DESEA UN CUMPLEAÑOS MUY FELIZ", así en mayúsculas, pero yo leo "qué pasa, mujer absurda, otro año más sin carné, qué fracaso, de verdad, vergüenza debía darte". Así que si no les importa, díganme felicidades antes que ellos, y así me puedo poner digna. "Vale, Carmelo, sigo sin carné, pero este año no eres el primero, tío siniestro; ah, y mira, que sepas que el marketing personalizado es contraproducente".
20 de junio de 2011
Método
a) Abra la nevera de casa de su amiga y tráguese impulsiva e irremediablemente media caja de barquillos con chocolate negro y avellana Choc D'or (marca Hacendado). Si lo está haciendo medio bien, debería sonar a "scrunch-scrompf-ah".
b) Vaya al Mercadona y, con la mejor de las intenciones (es decir, reponer el fondo de despensa de su amiga), compre cuatro cajas de los mencionados barquillos. Llegue a casa y cómase tres sin parar ni para respirar.
c) Aborrezca para siempre los barquillos, el chocolate y las avellanas. Mire la caja restante con asco supremo.
d) Aliméntese de fruta, verdura, yogur y café durante tres días, coincidiendo con una ola de calor sahariano.
e) Hártese de repente de la coliflor y los calabacinos y vaya a investigar si hay algo interesante en el congelador de su amiga. Encuentre medio bote de helado de fresas con nata (marca Haagen-Dasz). No mire la fecha de caducidad y trágueselo impulsiva e irremediablemente.
f) Piense que le haría falta el otro medio bote para empezar a aborrecer los helados. Laméntese de su falta de previsión. Entonces mire la fecha de caducidad y diga "ay, ay".
g) No se muera. No coma nada durante el día siguiente. Beba mucha agua. Total, le viene bien para la ola de calor.
2 de junio de 2011
¡Eh!
Bueno, eso, que si están en Santa Cruz me encantaría verles.
P.S. Pinito viene.
28 de mayo de 2011
Gracias
- Un vestido azul, de tirantes, largo, hasta los pies.
- Una camiseta de rayas.
- Un carro del Mercadona lleno de comida surtida.
- Una novela maravillosa de Dai Sijie, “La acrobacia de Confucio”.
- Las vacunas anuales de la Pini (contra la rabia, el moquillo, la hepatitis y la parvovirosis).
- Una factura de la costurera (que me convirtió una falda de monja misionera en el trópico en otra de lo más elegante).
- Un bono del tranvía (12 viajes).
- Un desayuno de lujo mundial en mi bar favorito, el Potolami Palace.
29 de abril de 2011
Do-re-mi
Llego a un bar minúsculo y subterráneo en el que me dicen mis fuentes que el café es maravilloso. El camarero sale de la oscuridad y se me acerca cantando “Mambrú se fue a la guerra, qué dolor qué dolor qué pena, Mambrú se fue a la guerra, no sé cuándo vendrá, ¿qué vas a tomar?”, y yo, “do-re-mi, un cortado”, y él, “do-re-fa, ¿natural, barraquito?”, y yo, haciendo por no reírme ni cantar más, “natural”, “¿y de comer?”, “no, nada, gracias”. Entonces el camarero desaparece durante unos minutos, y yo, mientras, miro los tres metros cuadrados de bar que tengo alrededor. Hay fotos antiguas de la ciudad y del puerto clavadas con chinchetas en la pared verde. Cuando vuelve con el cortado, el camarero me pregunta, con la más absoluta normalidad, “¿tú cuando eras chica jugabas al brilé?”. “Sí”. “¿Y se te daba bien?”. “Más o menos”. “Seguro que ibas a colegio de monjas”. “Sí”. “Claro. Es un juego de colegio de monjas”. “Como el pañuelito”. “Yo prefiero el brilé”. “Yo también”.
El café está muy bueno. Ay, cómo me gusta Santa Cruz.
15 de abril de 2011
Escorbuto
Papá habla solo. Dice "ah, qué educativo todo", y se come una naranja.