8 de octubre de 2011

Libros

La librera (sustituta) está detrás del mostrador, enfrentándose al rompecabezas de las devoluciones, los albaranes, las cajas, las facturas y me llevo tres, cuando entra una señora que saluda y dice lo siguiente: "Quiero la novela del escritor ese que se murió". La librera (sustituta) levanta una ceja. "¿Cuándo se murió?", pregunta, por ir acotando la búsqueda y descartar a Cervantes, a Borges y a Plinio el Viejo.
La señora contesta lo que le da la gana a ella. "Es aquel con gafas que no hizo testamento y luego le dio un infarto, aunque era joven, y entonces toda la fortuna se la llevó el padre, y su mujer, la pobre, no vio un duro, porque no estaban casados-casados, sino eran de hecho, que no tenían papeles, quiero decir; y fíjate que además él no se llevaba con el padre, que hacía por lo menos diez años que no se hablaban".
A la librera (sustituta) se le enciende el bombillo. Es Stieg Larsson. "Muy bien. ¿Y cuál de las novelas quiere? Las tenemos las tres". "Enséñame a ver...". La librera (sustituta) busca la trilogía Millennium en la mesa de allá, coge el primer libro y lo levanta. La señora dice, con infinita desconfianza, "¿Ese? ¿No es muy gordo?". La librera está de acuerdo. Para su gusto, le sobran unas cuatrocientas páginas. O quinientas. Pero no se lo va a decir a la señora, que se trata de venderle el libro. "Bueno, se lee muy rápido", apunta. "Quita, muchacha, eso no me lo puedo llevar a la playa, necesito algo ligerito". La librera (sustituta) piensa. "Si le gusta la novela negra...". La señora la interrumpe. "No, que eso es triste. Lo que me gusta son las historias que acaban bien". La librera (sustituta) se acuerda de lo que dice el librero (titular) en estos casos, que es "pues para eso lo mejor es que se compre un cuaderno y lo escriba usted", pero se aguanta y se dedica a estrujarse el cerebro. "¿Y éste?", sugiere, señalando uno de John Fante. "No". "¿Y éste?", uno de Italo Calvino. "No". Kapuscinski no, Ian McEwan no, Gerald Durrell no. La librera (sustituta) pierde todo escrúpulo, suspira y se tira al barro. "Éste lo recomiendan mucho", dice, cogiendo uno de Ruiz Zafón y procurando no poner cara de asco. "Ah, mira, pues igual... ¿Y del de los candados en el puente tienes alguno?". Ése es Federico Moccia. "Todos", dice la librera (sustituta) con voz lúgubre.
La señora se lleva "Perdona si te llamo amor", 9.95 euros, y antes de irse, llena de buena voluntad, le da un consejo a la librera (sustituta). "Tengo una amiga que trabaja en la librería del Cortinglés, de toda la vida, y la empresa la obliga a leerse un libro cada tres meses, para que pueda recomendarle cosas a los clientes, ¿sabes? Y yo creo que eso te vendría bien, porque se ve que mucho no lees tú".
Este trabajo no está pagado.