22 de junio de 2009

Blues de la lagarta y la perra mala (I)

[Éste es para Laura]

La semana pasada Pinito cumplió seis meses. Yo me senté a su lado y la miré, a ver si daba algún signo de madurez y asentamiento. Ella bajó el hocico y las pestañas así, pensativa, y luego me mordió el dedo gordo. Sigue igual, la muy perra. Algo ha crecido: pesa unos seis kilos y tiene unos dientes desproporcionados que, además, le despuntan en todas las direcciones posibles, como a las pirañas. La idea de la madre naturaleza, digo yo, será que no pierda ninguna presa, venga de donde venga. Pero no pienso pagarle la ortodoncia.

Cada mañana a las siete, llena de buenas intenciones, de energía loca, de cansancio existencial y de odio genérico al universo (sí, todo a la misma vez), me levanto para sacar a Pinito. Bueno, para eso y para ver qué más puede haber hecho la más pécora de todas las perras (la llego a bautizar una semana más tarde y le pongo Pécora) y qué maldiciones nuevas van a proyectarse desde el fondo de mi memoria. Yo de chica leía historias de piratas, que es una cosa que deja huella. Pero lo que decía. Una pensaría que el catálogo de sus maldades tiene fin, y no. Lo que sí tiene fin es el número de mis zapatos. Porque aun cuando la mezcla genética de Pinito es difícil de desglosar, sabemos que algo de urraca hay. Y está en su naturaleza robar las cosas que brillan, llevárselas a su cubil y hacerlas pedacitos. Como a mí me gustan los zapatos rojos y violetas y de charol y yo qué sé, y como además soy tamaño familiar, y mis pies en eso no me llevan la contraria, mis zapatos se ven de lejos. Y a Pinito se le encienden los ojos ante el más mínimo zapato. Y tú me dirás “pues ponlos a buen recaudo, mujer absurda”. Ah, sí, pero es que otro de los antepasados de Pinito fue muy claramente una cabra. Salta, salta mucho. En torno a un metro y medio. No sé tu casa, pero la mía, sin ser de juguete, no tiene techos de nueve metros de alto. No puedo colgarlo todo de las bóvedas, junto con las arañas de cristal, y andar todo el día subiendo y bajando poleas.

El miércoles me tocaba ir al fisioterapeuta a las cuatro: me pasé tres cuartos de hora buscando por todos lados el único par de zapatos que no me hacía daño. No hubo manera. Si hubiera encontrado un zapato solo se me habría ocurrido que el otro lo había robado ella, y la habría molido a palos hasta que confesase. Así, al estilo Soprano. Pero que hubieran desaparecido los dos... A las tres y media me rendí, lamentando mucho mi deterioro mental, y me fui al fisio con unos zapatos que me dejaron los pies llenos de ampollas. Y llegué tarde. Que yo creo que por eso el hombre, sonriente pero vengativo, me dejó la espalda machacadita. Y cuando volví a casa, arrastrada y descalza, porque no podía más, y total en esta ciudad no me conoce nadie, y encontré mis dos ex-zapatos favoritos mordidísimos debajo del sofá, y a Pinito, toda dientes y sonrisa y movimiento de rabo, terminando de arrancarles las hebillas...

A Pinito le hace falta un abogado. Y a mí, una de valium y más zapatos, a ser posible blanditos.

17 de junio de 2009

Educación (II)

[La Lupe al teléfono]
Oye, Papi, ¿cómo hiciste tú para educar a la Sofía? Para que te obedeciera tanto, digo. Porque esa perra, cuando la llamas, viene como un tiro, esté donde esté. En cambio mi Pinito, por más que yo grite... ¿Es el rollo ése de firmeza, cariño, liderazgo y tranquilidad? ¿No? ¿Queso? ¿Sí? ¿Majorero blanco? Ay, gracias, Papi.

8 de junio de 2009

Manchas

Elenita entra en la tintorería arrastrando una bolsa enorme con un asa rota. Dentro, un edredón de color beige por una cara y burdeos por la otra.
Elenita: Buenos días.
Señora [toda eficiencia]: Buenos días. ¿Tiene ficha aquí?
Elenita [pensando si se referirá al edredón o a ella]: No.
Señora: Pues vamos a reconocerlo. Póngalo aquí.
Elenita [dándose cuenta de que es lo mismo que le dicen cuando va al veterinario, levantando el edredón en peso y esperando que no le dé un mordisco] : Venga, arriba, pórtate bien, que no te va a doler.
La señora mira a Elenita con una cara rara. Luego mira el edredón, que está quieto y callado.
Señora: Tiene manchas.
Elenita [sonriendo tontamente]: Claro, por eso lo traigo.
Señora: ¿Y de qué son?
Elenita: De todo un poco.
Señora [tecleando y señalando a la vez]: Vamos a ver. Ésta.
Elenita: Loción hidratante de vainilla de Tahití.
Señora: ... hidratante. ¿Y ésta?
Elenita: Helado de chocolate belga.
Señora: ... chocolate. Ésta.
Elenita: Vómito de perro.
Señora: Ah... perro... ¿Y ésta?
Elenita: ¿Quedan más?
Señora: Con ésta creo que ya terminamos.
Elenita: Pues no me acuerdo.
Señora: Parece...
Elenita:
Eh...
Señora: Ah...
Elenita: ¿La Península Escandinava?
Señora: No, digo que parece de origen orgánico.
Elenita: CSI.
Señora: ¿Cómo?
Elenita: Que lo deje. Que cuándo vengo a buscarlo.
La señora teclea, medita sobre el paso inexorable del tiempo, suspira.
Señora: El miércoles. Son doce euros. Firme aquí, e-xo-ne-rán-do-nos de toda responsabilidad sobre las manchas.
Elenita firma. Luego duda.
Elenita: Mire, y si el vómito no fuera de perro, sino de persona, ¿sería distinto?
Señora: Tampoco nos haríamos responsables.
Elenita: Ah.
Señora: Tome. Una tarjeta de fidelidad. Si nos trae diez prendas, le regalamos la limpieza de una.
Elenita: ¿Valen alfombras?
Señora: No.
Elenita: ¿Y cortinas?
Señora: Tampoco.
Elenita se va, calculando la cantidad de desastres perrunos y humanos que tienen que darse para que esto le salga medio rentable. Nada, no hay manera.

2 de junio de 2009

Nota necrológica

No escribo porque me he muerto. Y no descanso en paz, tampoco.
Cuando acabe la mudanza, cuando pueda andar por la cocina de mi casa sin darme de hocicos contra ciento doce mil cajas de cartón, nueve estropajos, un míster proper reforzado, una pila de periódicos de 2006 y una rasqueta... cuando dejen de tocarme a la puerta a cada minuto electricistas, antenistas, fontaneros, carpinteros y otros señores que cobran por hacer ruido, decir cosas incomprensibles y romper las paredes... y, muy particularmente, cuando los de Telefónica tengan a bien ponerme la línea y la ADSL, para lo que, según parece, es imprescindible que se encaramen a la azotea como King-Kong... entonces igual resucito.