4 de junio de 2012

Doce quince

Camina por el Mercadona empujando el carro y cantando "doce quince, doce quince". Coge agua mineral y cambia la letra, "quince veinte, quince veinte". Huevos. "Dieciséis setenta, dieciséis setenta". Pescada congelada. "Veintiuno... y pico, veintiuno casi veintidós". Nadie la mira ni ella mira a nadie. Entre otras cosas porque todos los demás van haciendo lo mismo, sumando, ajustando, decidiendo si es más importante llevar galletas o yogures. Atrás quedaron los tiempos de amontonar en el carro tabletas de chocolate con 55% de cacao, con 70%, con 85%, con semillas crujientes, con lacasitos, con frutos secos, con dibujos en relieve de Doraemon... "Ah, Doraemon. Ojalá mis sueños se hicieran realidad... Pan de centeno... Veinticuatro, veinticuatro". Su carro choca con el de una señora que va rezando, "Trein-tai-seis, trein-tai-seis". Se miran y pierden la cuenta. Se odian.

2 de junio de 2012

PPPG


Pinito pesa ocho kilos y es poco perro. Cuando se moja se queda en nada. Nada más que hocico, ojos desorbitados y temblores. Pero ayer le sentó mal alguna de las carroñas que se comió por la calle (había una paloma muerta, bastante-bastante muerta, sí, este paréntesis mejor cerrarlo), y entre las tres y las cinco de la mañana consiguió producir un volumen asombroso de detritus. Asombroso de verdad. Hasta aquí la elegancia, señores. Pinito se cagó, se meó, y, como le pareció poco, vomitó. Varias veces. Varias veces todo. En varios sitios. El señor alto la llama PPPG (Planta Peluda Productora de Guano). Yo la llamo otras cosas.
¿Y por qué les cuento esto? Porque cuando Pinito empezó a hacer ruidos sospechosos, yo estaba dormida, soñando que trabajaba en una casa enorme, enormísima, con diez habitaciones y patios y jardines y un estanque y un montón de perros. Yo llevaba delantal y alpargatas, venía de la huerta de recoger tomates para la cocinera, y el dueño de la casa me decía que por favor me esmerase en dejarlo todo brillando, porque a la hora del café llegarían unos señores para una reunión importantísima. Que se sentarían en la veranda, y que no quería ver ni una mierda de perro. Y yo empecé a recoger mierda de perro y a pastorear a los animales al otro extremo del jardín, por si les daba por expresarse en el último momento. Y me pasé mucho rato recogiendo mierda de perro y fregando las lajas del camino y sacando brillo a la veranda y apestando a lejía, todo por tres euros la hora más la comida, sin seguro ni contrato.
Y cuando me desperté, ¿qué fue lo primero que hice?
Recoger mierda de perro, fregar y apestar a lejía. Gratis. Sin seguro ni contrato.
La ventaja es que en mi casa puedo gritar, protestar y hasta cantar cosas blasfemas mientras limpio.