25 de noviembre de 2011

Inmortal

Tengo un oso y no sé dormir bien. Así que me voy a la cama con el oso y espero que me llegue el sueño. Mi madre me deja encendida la luz del pasillo para que no tenga miedo, pero no funciona. Además, desde que me duermo la apaga. Y luego me despierto a media noche y pienso que todos nos vamos a morir, o a lo mejor nos hemos muerto ya y no lo sabemos. Me levanto y me acerco a la cama de mi hermana, que es chiquitita pero sí sabe dormir. Como respira y está caliente, está viva. Bien. Luego pienso si no se habrá muerto el oso y me asusto. Voy a la habitación de mis padres, y mi padre me dice que el oso está perfectamente y que me acueste otra vez y respire hondo, que ya veré que me duermo. Vuelvo sin ningún convencimiento y me meto en la cama. El oso no se mueve ni nada. Pero no está frío. Pasa un rato y todo está muy oscuro y no sé qué hacer. Me vuelvo a levantar y voy al cuarto de mis padres. Mi madre me dice “el oso está bien; nunca ha estado vivo, así que no se puede morir, el oso es inmortal, vete a la cama, anda”. Obedezco. Me acuesto mirando a mi oso inmortal. Qué suerte.

23 de noviembre de 2011

Recuerdo con vaca

A mí nunca me han dado cesta de navidad. Y paga extraordinaria, menos. Pero una vez, cuando trabajaba en un periódico, me cayó un regalito de empresa el día 23. Era una bolsa de falso terciopelo rojo, de ése que cruje y pone los pelos de punta, y contenía un nacimiento hecho en China. Al mío le faltaba el niño y, para compensar, llevaba dos vacas, una de ellas defectuosa, con un cuerno de menos. A mi compañera de Economía le tocó una docena de reyes gaspares, todos iguales. Eran restos de una promoción.
Pasé muchísima vergüenza.

5 de noviembre de 2011

Explosividad del ser humano

Supongamos por un momento que existe un ser humano que la semana pasada tropezó en la acera mojada y se rompió las gafas, y que está a dieta desde antes del verano, hasta el punto de que a) ya no se acuerda de lo que es la leche entera ni la mantequilla y b) cree que el brécol es comestible. Incluso crudo. Incluso sin ketchup. Ese ser humano lleva seis meses en el paro y camina por la calle con los ojos multiplicados como La Mosca, buscando trabajo, como sea, donde sea, de lo que sea. Ese ser humano vive justo encima del local de ensayo de una comparsa del Carnaval. Tres noches en semana, los comparseros se reúnen para cantar versiones infames de canciones brasileñas que no se merecen semejante cosa, y tres noches en semana, el ser humano se va poniendo azul y resopla y se aguanta para no a) bajar al local, tocar a la puerta con gran educación y exterminarlos a todos utilizando uranio enriquecido o b) asomarse a la ventana y cantar desaforadamente “apoyá en el quicio de la mancebía miraba encenderse la noche de mayo”. Pero esto no es lo peor; ese ser humano, después de dedicar un montón de tiempo, energía y neuronas a estudiar matemáticas para una oposición (venga ecuaciones con nosecuántas incógnitas, venga fracciones algebraicas, venga ladrillos, muros, obreros y metros inversamente proporcionales, venga depósitos que se llenan y se vacían), se juntó con otros tres o cuatrocientos seres para hacer un primer examen desastroso. Porque nadie le preguntó lo que se había estudiado. Y porque le dieron 30 segundos para resolver problemas tontos, sí, pero no tan tontos como para hacerlos en 30 segundos. En 30 segundos este ser humano no alcanza ni a sumar 29856299999,452 y 40011299994672,166, mñbss y me llevo cuatro. En cambio, le basta un segundo para determinar que “hacémila” está mal escrito. Es injusta la vida. Hay otra cosa que indigna a ese ser humano, a saber, que a unos doscientos euros de distancia se está produciendo una hermosa erupción volcánica, con sus terremotos y sus columnas de humo y sus lavas, y si no lo remedian los euromillones se la va a perder. La cosa es que ese ser humano ve como su explosividad interior aumenta y aumenta, casi tanto como la loza en su fregadero o el número de hormigas empadronadas en su casa. Y no quiere matar a nadie que no sea un comparsero desafinado, pero no se fía de sí misma. Y piensa qué hacer. Le quita la voz al teléfono. Baja a la calle y compra un bote de nutella. Se la come a cucharadas, meditativamente, mientras ve la portentosa película “Megatiburón contra Crocosaurio” (en V.O.). No llega a ninguna conclusión razonable. Vamos, a ninguna conclusión. Piensa irse a nadar y darle de patadas al agua, pero el ayuntamiento no tiene presupuesto para abrir la piscina los fines de semana.

Ah, ya está, mira. Vamos a hacer volar el ayuntamiento.

8 de octubre de 2011

Libros

La librera (sustituta) está detrás del mostrador, enfrentándose al rompecabezas de las devoluciones, los albaranes, las cajas, las facturas y me llevo tres, cuando entra una señora que saluda y dice lo siguiente: "Quiero la novela del escritor ese que se murió". La librera (sustituta) levanta una ceja. "¿Cuándo se murió?", pregunta, por ir acotando la búsqueda y descartar a Cervantes, a Borges y a Plinio el Viejo.
La señora contesta lo que le da la gana a ella. "Es aquel con gafas que no hizo testamento y luego le dio un infarto, aunque era joven, y entonces toda la fortuna se la llevó el padre, y su mujer, la pobre, no vio un duro, porque no estaban casados-casados, sino eran de hecho, que no tenían papeles, quiero decir; y fíjate que además él no se llevaba con el padre, que hacía por lo menos diez años que no se hablaban".
A la librera (sustituta) se le enciende el bombillo. Es Stieg Larsson. "Muy bien. ¿Y cuál de las novelas quiere? Las tenemos las tres". "Enséñame a ver...". La librera (sustituta) busca la trilogía Millennium en la mesa de allá, coge el primer libro y lo levanta. La señora dice, con infinita desconfianza, "¿Ese? ¿No es muy gordo?". La librera está de acuerdo. Para su gusto, le sobran unas cuatrocientas páginas. O quinientas. Pero no se lo va a decir a la señora, que se trata de venderle el libro. "Bueno, se lee muy rápido", apunta. "Quita, muchacha, eso no me lo puedo llevar a la playa, necesito algo ligerito". La librera (sustituta) piensa. "Si le gusta la novela negra...". La señora la interrumpe. "No, que eso es triste. Lo que me gusta son las historias que acaban bien". La librera (sustituta) se acuerda de lo que dice el librero (titular) en estos casos, que es "pues para eso lo mejor es que se compre un cuaderno y lo escriba usted", pero se aguanta y se dedica a estrujarse el cerebro. "¿Y éste?", sugiere, señalando uno de John Fante. "No". "¿Y éste?", uno de Italo Calvino. "No". Kapuscinski no, Ian McEwan no, Gerald Durrell no. La librera (sustituta) pierde todo escrúpulo, suspira y se tira al barro. "Éste lo recomiendan mucho", dice, cogiendo uno de Ruiz Zafón y procurando no poner cara de asco. "Ah, mira, pues igual... ¿Y del de los candados en el puente tienes alguno?". Ése es Federico Moccia. "Todos", dice la librera (sustituta) con voz lúgubre.
La señora se lleva "Perdona si te llamo amor", 9.95 euros, y antes de irse, llena de buena voluntad, le da un consejo a la librera (sustituta). "Tengo una amiga que trabaja en la librería del Cortinglés, de toda la vida, y la empresa la obliga a leerse un libro cada tres meses, para que pueda recomendarle cosas a los clientes, ¿sabes? Y yo creo que eso te vendría bien, porque se ve que mucho no lees tú".
Este trabajo no está pagado.

19 de septiembre de 2011

Información

Información recabada por la Lupe (involuntariamente) en el transcurso de diez minutos en el vestuario de la piscina municipal:
1. El agua está fría.
2. El agua fría es buena para los sofocos y para la flaccidez, pero mala para la reuma y los huesos.
3. Todas tenemos huesos, así que hay que firmar un escrito para que el ayuntamiento mande a subir la temperatura del agua.
4. Es posible guisar pulpo compuesto con papas y queda muy rico.
5. Además, si se compra un pulpo grande, se mete en un táper y hay comida para tres días. Y sabe mejor de un día para otro.
6. El cura de San Benito es el autor intelectual de la antesdicha receta del pulpo compuesto, y hay que ver la vida que llevan hoy día los pobres curas, que hasta tienen que hacerse la comida.
7. Trae buena suerte tener curas y monjas en la familia, sobre todo si una es católica practicante.
8. Hace calor, pero la semana pasada hacía más.
9. En el mercadona están de oferta los cuigüis, que son muy buenos para obrar. Mejores que las ciruelas.
10. El alcalde es tonto.
11. El presidente del gobierno autonómico es tonto.
12. El presidente del gobierno nacional es tonto.
13. La vida está muy cara y muy mala y hay que rezar y tener paciencia.
14. Los negros la tienen muy grande, que una señora estuvo este fin de semana en la playa y vio uno que bueno, de verdad, una cosa.
15. No hay que darles nada verde a los loros, que se envenenan.
16. La monitora del acuabí grita mucho y manda mucho, pero nunca se ha visto que se meta ella en el agua, cosa que no está bien porque no predica con el ejemplo.
17. Encarnita se fue de vacaciones a un parque nacional y le gustó tanto. Si no fuera que a todos lados tenía que ir andando y eso cansa.

27 de agosto de 2011

Arquitectura civil

Niña: Mamá.
Madre: Dime.
Niña: ¿Tú te acuerdas de cuando me dijiste que a mí me habías recogido debajo de un puente?
Madre: Sí.
Niña: Es que hoy me dijo Carmencita que eso no puede ser, porque todos los hermanos nos parecemos mucho.
Madre: Porque los recogí a los cuatro debajo del mismo puente.
Niña: Ah.
[silencio]
Niña: Y mira...
Madre: ¿Qué?
Niña: ¿Cómo sabías tú que había un niño debajo del puente?
Madre: No lo sabía. Yo pasaba por allí camino del trabajo y me lo encontraba y lo traía a casa.
Niña: ¿Y sigues pasando?
Madre: No. Cuando ya llevaba cuatro niños me cansé.
Niña (más tranquila): Ah. Y entonces, ¿ahora vas al trabajo por otro camino?
Madre: No, no, después de tu hermano el chico fui y le puse una carga de dinamita al puente, ¿sabes?
Niña: Ah. Claro. ¿Me das la merienda?

9 de agosto de 2011

Recuerdo con reptil

Un día en el recreo mi amiga Samantha y yo nos encontramos un lagarto muerto, y conseguimos no chillar para que no vinieran las monjas, y lo escondimos debajo de unas piedras, y a la hora del almuerzo robamos un cuchillo del comedor para hacerle la autopsia. Que no hubo manera, porque tenía la barriga blindada. Al final se lo comieron las hormigas. El pobre.

4 de agosto de 2011

Barrio

En mi barrio hay alguien que quiere alquilar una plaza de garaje, así que pegó un cartel en la puerta con doce chicles (masticados). Hay, que yo sepa, tres especies distintas de cucarachas voladoras (las grandes, las enormes y las translúcidas). También hay un señor chino que, cuando cierra la tienda, se descalza y se recuesta sobre una vespa plateada que tiene, con los pies cruzados sobre el manillar, a comer pipas y a mirar a la gente que pasa por la acera. Si uno se despista, le escupe las cáscaras encima. Hay una señora que se ofrece a dar clases de timple, guitarra, bandurria y laúd. Hay un gabinete de depilación y doce peluquerías (gana el pelo por goleada, sí). Siempre-siempre-siempre hay una valla y unos señores de una contrata agujereando el suelo e interrumpiendo el tráfico. Y gatos. Un montón. Hay un bar que tiene una pizarra por fuera, en la que, hasta hace dos meses, se leía "Vendo bicicleta BH". Con tiza azul. Ahora se lee "Papas de Tacoronte y cebollas de Guayonge". Hay cientos de casas en ruinas. Y una tasca que pone jamón del caro y gambas blancas de Huelva. Y tres tiendas de empeños. Y un taller de costura para los carnavales. Y una escuela de baile flamenco. Aparcamiento no hay. Ni biblioteca. Ni tranvía. Pero no importa. Es un barrio exótico y nos enorgullecemos de él igual.

16 de julio de 2011

Carteles

Los carteles deprimentes de la semana (selección):

"Cerrado por cierre".

"Compramos dientes de oro".

"Se traspasa el negocio. Se alquila el local. Se vende el local. Se saldan las existencias. Entre y pregunte".

28 de junio de 2011

Por favor

Oigan. El viernes es mi cumpleaños. No, no pienso decirles cuántos cumplo. Muchos. Lo que vengo a pedirles con profundo sentimiento es que, por favor, alguien me felicite antes que la Autoescuela Carmelo.
Yo no sé conducir. Bueno, no sé circular. Si la cosa fuera sencillamente mover el coche en el vacío, o en el desierto, o en una de esas carreteras que salen en las películas de zombis, se me daría mejor. Pero es sentarme al volante, ajustar los espejos y hacerme espantosamente consciente de que hay un montón de peatones, motoristas, camioneros, niños, ciclistas, perros, policías, semáforos, señales, rayas pintadas en el suelo, seres que tocan la pita, ponen indicadores y/o descargan cajas de donuts, chóferes de guagua que me dan paso... todos ahí, todos a la vez. Y no puedo fijarme en tantas cosas al mismo tiempo. Me pongo frenética. Sé que en un segundo se me va a ir el coche de las manos y voy a aplastar a alguien, sea peatón, motorista, camionero, niño, ciclista o perro. O policía. O a todos. Mil quinientos kilos de metal y plástico y cristales y ruido y fuego.
No puedo, no puedo.
Suspendí el examen de conducir seis veces seguidas. No, perdón, siete. La última vez un chico que había aprobado y que olía misteriosamente a anís me aconsejó que me quitara los nervios con un buen pelotazo de Marie Brizard. No funcionó. Todo el mundo me dice siempre que me tengo que sacar el carné, y nunca me lo saco. "Venga, que tú puedes, si es muy fácil, si eso lo hace cualquiera". Bah. Ya ni sé cuántas veces me matriculé en cuántas autoescuelas distintas ni cuánto dinero me gasté del modo más idiota.
Y cada año la primera felicitación que recibo es de la Autoescuela Carmelo, que me manda un sms cariñosísimo a las ocho de la mañana. El mensaje sólo dice "AUTOESCUELA CARMELO LE DESEA UN CUMPLEAÑOS MUY FELIZ", así en mayúsculas, pero yo leo "qué pasa, mujer absurda, otro año más sin carné, qué fracaso, de verdad, vergüenza debía darte". Así que si no les importa, díganme felicidades antes que ellos, y así me puedo poner digna. "Vale, Carmelo, sigo sin carné, pero este año no eres el primero, tío siniestro; ah, y mira, que sepas que el marketing personalizado es contraproducente".

20 de junio de 2011

Método

Esta semana la Reina del Mango está de viaje, y yo me quedo en su casa, cuidando a su perra, que es una perra-abuela. Además de acompañarla, darle de comer y llevarla de paseo, aprovecho para leerme los libros y los tebeos de la Reina (que tiene muchos), para hacer excursiones por la Recova y las cafeterías de La Laguna y para descubrir un método nuevo para adelgazar. Que es bastante eficaz. Y que por la presente comparto con usted, oh, paciente lector.
a) Abra la nevera de casa de su amiga y tráguese impulsiva e irremediablemente media caja de barquillos con chocolate negro y avellana Choc D'or (marca Hacendado). Si lo está haciendo medio bien, debería sonar a "scrunch-scrompf-ah".
b) Vaya al Mercadona y, con la mejor de las intenciones (es decir, reponer el fondo de despensa de su amiga), compre cuatro cajas de los mencionados barquillos. Llegue a casa y cómase tres sin parar ni para respirar.
c) Aborrezca para siempre los barquillos, el chocolate y las avellanas. Mire la caja restante con asco supremo.
d) Aliméntese de fruta, verdura, yogur y café durante tres días, coincidiendo con una ola de calor sahariano.
e) Hártese de repente de la coliflor y los calabacinos y vaya a investigar si hay algo interesante en el congelador de su amiga. Encuentre medio bote de helado de fresas con nata (marca Haagen-Dasz). No mire la fecha de caducidad y trágueselo impulsiva e irremediablemente.
f) Piense que le haría falta el otro medio bote para empezar a aborrecer los helados. Laméntese de su falta de previsión. Entonces mire la fecha de caducidad y diga "ay, ay".
g) No se muera. No coma nada durante el día siguiente. Beba mucha agua. Total, le viene bien para la ola de calor.

2 de junio de 2011

¡Eh!

Ustedes perdonen. Pero es que mañana por la tarde doy una especie de charla en la Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife, en la carpa institucional (suena como a pescado parlamentario, ¿verdad?): decía, en la carpa institucional, en el parque García Sanabria, el viernes 3 de junio a las 19.00 horas. Y seré breve, y si vinieran estaría muy bien, y si ya tienen "Vida tinta", pues les echo una firma (y además les pongo un sello maravilloso de una lagarta que me regalaron), y si no lo tienen, los conduzco amorosamente a puntapiés hasta el puesto más cercano... Miren que fui a la distribuidora y todo, y utilicé el afamado método Piolín para asegurarme el suministro de libros... Y hay...
Bueno, eso, que si están en Santa Cruz me encantaría verles.

P.S. Pinito viene.

28 de mayo de 2011

Gracias

Cuando yo era chica mi tía Conchita me sacaba golosinas de las orejas. De todo tipo. Hasta una caja de bombones ingleses me sacó un día. La caja era más grande que mi cabeza, pero a mí me pareció perfectamente lógico. A los nueve años una es capaz de creerse lo que le dé la gana. Y si me hubiera sacado un patinete tampoco lo habría visto raro.
Bueno. Pues ahora, más de treinta años después, mi tía Conchita me acaba de sacar de una oreja lo siguiente:
  • Un vestido azul, de tirantes, largo, hasta los pies.
  • Una camiseta de rayas.
  • Un carro del Mercadona lleno de comida surtida.
  • Una novela maravillosa de Dai Sijie, “La acrobacia de Confucio”.
  • Las vacunas anuales de la Pini (contra la rabia, el moquillo, la hepatitis y la parvovirosis).
  • Una factura de la costurera (que me convirtió una falda de monja misionera en el trópico en otra de lo más elegante).
  • Un bono del tranvía (12 viajes).
  • Un desayuno de lujo mundial en mi bar favorito, el Potolami Palace.
Y para darle las gracias (no como se merece, sino como buenamente puedo) le voy a escribir unas poesías. Unos haikus. Hasta hace un año yo ni sabía que existieran los haikus. Mi ignorancia era inaudita. Pero me salió un trabajito de esos que se pagan a tanto la hora. Un señor con bigote quería que le transcribiese y ordenase unos cuantos miles de haikus que había escrito, y yo le dije que por supuesto, que empezaba ya.
En los míos, aviso, no salen almendreros ni nieve. No van del paso irremisible del tiempo, ni de la luminosidad del alba del espíritu ni nada, sino de las cosas normales de la vida de las personas de mi barrio. Digo, por si están esperando profundidades o algo. Y además sólo son cinco.

I.
Perra asquerosa
o sales de ese charco
o te diseco

II.
Que no, señora
que voy en chándal pero
no vendo drogas

III.
Bebemos vino
cantamos mil boleros
y no nos echan

IV.
Llega el calor...
mierda, quiero emigrar
a Groenlandia

V.
Oh, chocolate,
igual que Bob Esponja,
tú salvas vidas

Muchas, muchas gracias, tía Conchi. Eres lo más.

29 de abril de 2011

Do-re-mi

Llego a un bar minúsculo y subterráneo en el que me dicen mis fuentes que el café es maravilloso. El camarero sale de la oscuridad y se me acerca cantando “Mambrú se fue a la guerra, qué dolor qué dolor qué pena, Mambrú se fue a la guerra, no sé cuándo vendrá, ¿qué vas a tomar?”, y yo, “do-re-mi, un cortado”, y él, “do-re-fa, ¿natural, barraquito?”, y yo, haciendo por no reírme ni cantar más, “natural”, “¿y de comer?”, “no, nada, gracias”. Entonces el camarero desaparece durante unos minutos, y yo, mientras, miro los tres metros cuadrados de bar que tengo alrededor. Hay fotos antiguas de la ciudad y del puerto clavadas con chinchetas en la pared verde. Cuando vuelve con el cortado, el camarero me pregunta, con la más absoluta normalidad, “¿tú cuando eras chica jugabas al brilé?”. “Sí”. “¿Y se te daba bien?”. “Más o menos”. “Seguro que ibas a colegio de monjas”. “Sí”. “Claro. Es un juego de colegio de monjas”. “Como el pañuelito”. “Yo prefiero el brilé”. “Yo también”.

El café está muy bueno. Ay, cómo me gusta Santa Cruz.

15 de abril de 2011

Escorbuto

Papá nos reparte naranjas chinas y nos dice que tenemos que comer fruta, que las vitaminas son muy importantes y no se puede vivir sin ellas. “Sí se puede”, decimos nosotros. Entonces Papá nos explica que antes los marinos se embarcaban y se pasaban meses tomando sólo pan bizcochado, agua, y ron, y a veces pescado; a nosotros eso nos parece un asco, aunque si el pescado fuera atún de lata con mayonesa... Papá sigue, no había neveras y los marinos no se podían llevar la fruta, porque se echaba a perder y la bodega del barco se llenaba de gusanos, y como la gente no comía vitaminas les daba una enfermedad que se llama es-cor-bu-to, y les pasaban un montón de cosas horribles, por ejemplo, se les caían los dientes, y se llenaban de manchas moradas, y las cicatrices que ya tenían cerradas se les volvían a abrir, y si se habían roto algún hueso, se les volvía a romper solo y no se volvía a pegar. ¿Y les salía sangre? Sí. ¿Y se les salían las tripas por la barriga para afuera? Según. ¿Y les dolía? Mucho. ¿Y a los piratas también les pasaba eso? Sí, a todos los que no comían fruta. Así que cuidadito.
Nos tragamos las naranjas y pensamos. “Vale que yo era el capitán pirata”, le digo a mi hermano el segundo, “y tú eras otro pirata, pero mandabas menos y te amotinabas”, y mi hermano el segundo no me hace caso, así que le hablo a mi hermana la tercera, “y entonces de repente nos daba el escombruto a todos y echábamos sangre hasta por los ojos y teníamos que buscar fruta como fuera y desembarcar en una isla”, y mi padre, "escorbuto, se dice escorbuto", y mi hermano el segundo, “vale que el capitán pirata era yo y cuando tú te amotinabas mandaba que te lanzaran a los tiburones”, y yo, “vale que yo entonces te escupía sangre a la cara, y unos cuantos dientes, y tú te morías de asco, porque eres un escrupuloso”, y mi hermana la tercera, “vale que yo era contrabandista y tenía un alijo de fruta y se lo vendía a ustedes y me hacía rica millonaria”, y mi hermano el cuarto “¡ta!”, y yo, “vale que los piratas te robaban el alijo y te mataban para que te estuvieras callada”, y mi hermana la tercera, “vale que yo volvía en fantasma para castigarles”, y mi hermano el segundo, "vale que yo los torturaba a todos", y mi hermano el cuarto “¡ta!”.
Papá habla solo. Dice "ah, qué educativo todo", y se come una naranja.