“Familia y autoestima son cosas incompatibles”
El señor muy serio de dos metros
El señor muy serio de dos metros
I.
Padre [meditabundo]: Pues estoy pensando que tú de pequeña eras un poco así, como la perra.
Hija: ¿Robaba zapatos, me metía debajo de la cama y me los comía?
Padre: No, no, quiero decir que no parabas quieta ni un minuto, y que mirabas a la mayoría de la gente con cara de odio, pero luego, en el fondo, eras buena.
Hija: Ya.
Padre: Como la perra, que lo que tiene no son defectos, sino casi virtudes.
Hija: Ah.
Padre: Sí. Pobrecita, la perra. Hay que conocerla y tener un poco de paciencia con ella. Nadie la comprende.
Hija: A mí tampoco me comprendían. Y paciencia, cero. Acuérdate de Sor María Luisa.
Padre: No, mejor no. Qué miedo daba esa mujer.
Hija: Yo todavía sueño con ella.
Padre: Yo también. Se habrá muerto ya, ¿no?
Hija: Sí. O si no, tendrá ciento diez años y no la dejarán dar clase.
II.
Hija: Que dice Papá que yo de pequeña era como la perra.
Madre: ¿Bigotuda?
Hija: No. Hiperactiva y revirada.
Madre [indignada]: Tu padre, de verdad… Mira: tú de pequeña eras la niña más bonita y más simpática del barrio. Todo el mundo tenía que ver contigo. Eras encantadora. Y cariñosa, y graciosa: te reías muchísimo. Con cualquiera te ibas. Y ya ves de mayor el carácter tan espantoso que se te ha puesto, que le arrancas la cabeza al primero que te lleve la contraria; o empiezas a resoplar y a mascar en seco y a mirar al cielo, en plan “dame-paciencia-señor”. Es una pena. Pero qué se le va a hacer, el tiempo pasa, los niños crecen, y hay que asumir las cosas como vienen… Oye, que la perra se está comiendo las flores de mundo, dile algo, ¡tú, fuera de ahí!