26 de enero de 2009

La documentalista (I)

La documentalista hace la compra. Camina por el pasillo de la leche, busca la marca que le gusta, mira el precio y decide que ya está: que se acabó el calcio con isoflavonas de soja a 1,39 euros el litro. “¡Adiós, adiós!” les dice a las isoflavonas, que son azules y verdes y elegantes, y coge cuatro tetrabriks de una leche aburridísima, blanca, sin imágenes de vacas, ni nata ni vitaminas ni omega tres, a 79 céntimos el litro. Que será radiactiva, lo más seguro. “Ah, qué pena las vacas, qué pena, ahí pastando uranio 238, y sin saberlo”. Se da la vuelta y se acerca a los quesos. Ciento quince tipos de queso, allí amontonados, sin orden ni concierto. Le vienen ganas de sentarse y documentarlos y catalogarlos. De cabra/de vaca/de oveja/de mezcla/más del 40% de materia grasa/menos del 40%/orgánicos/amarillos/azules/caros/carísimos... Pero se aguanta y repite las palabras de la psicóloga Patricia. “No se puede clasificar todo, no se puede”. No es sano. Jamón cocido, ah, jamón cocido. Eso sí es sano. Sin sal, 0% grasa saturada. A 2,35 euros el paquetito de 125 gramos, calcula, “pero si con eso no da ni para un bocadillo, ¿esta gente perdió el tino?”, pregunta, acordándose de la madre de Mafalda, “sunescán-daluna-buso”. Y cuando una señora muy resfriada que pasa a su lado la mira con alarma, la documentalista se da cuenta de que otra vez está hablando en voz alta.

No, no.

La documentalista se aleja de la señora resfriada, primero porque no quiere más virus ni bacterias ni fiebres este invierno, y después porque se avergüenza bastante de sí misma, que hablarle al jamón cocido no es como contestarle a la tele o a la radio; no, es enfermizo, casi tanto como el deseo de ordenar los arroces según su variedad y procedencia geográfica, o las latas de pimientos rellenos según la grima que den (en una escala de uno al cientodiez). No. “No se puede clasificar todo, no se puede, no se debe”.

Pescado. Se acuerda de que necesita pescado. Se va para la nevera de los congelados. Y claro, allí está la señora resfriada, asomándose al hielo la muy imprudente. No sólo eso: acercando la nariz (rosa) al bacalao de Noruega que, lo sabemos, es un animal peligrosísimo, un depredador, que surca los fiordos persiguiendo arenques y crustáceos para devorarlos sin piedad. “¡Cuidado!”, la documentalista avisa a la señora resfriada. Pero antes de que pueda explicarle nada, la señora resfriada huye con sus virus, sus bacterias y su bacalao de Noruega.

La documentalista decide que a partir de ahora sólo va a ir a la compra a supermercados que estén lejísimos de su casa y a horas raras, a las que no haya más nadie. Así podrá hacer el ridículo con tranquilidad.

20 de enero de 2009

Inglés

Niña de tres años [mirándome con interés]: ¿Y tú para qué sirves?
Yo [descompuesta]: Ah... Pues... Sé inglés.

17 de enero de 2009

Café

Operadora: Entonces, señora Pérez, ¿quiere usted pedir nuestras exclusivas cápsulas de café de intenso aroma y gran calidad a razón de 33 céntimos cada cápsula?

Yo: Sí.

Operadora [con sonsonete]: ¿Sabe que la compra mínima es de 50 cápsulas y que se las llevamos a su domicilio en un plazo de 48 horas?

Yo: Sí.

Operadora: Bien; pues antes de nada necesito su nombre completo, su NIF, su dirección, sea la de su casa, la de su empresa o las dos, el modelo de cafetera que tiene, el número de serie de la cafetera, su teléfono fijo, su teléfono móvil, el número de miembros de su familia, su consumo medio de café...

Yo: ¿Y una muestra de ADN no?

Operadora: No.

Yo: Usted es de la CIA, ¿verdad?

Operadora: ¿Cómo?

Yo: Que esto es para venderme café, no para darme un niño en adopción... ¿Para qué quiere tantos datos?

Operadora: Para nuestros ficheros.

Yo: Sus ficheros.

Operadora: Sí.

Yo: Pero yo no quiero estar en sus ficheros.

Operadora: ¿Y entonces cómo le enviamos las cápsulas?

Yo: Una cosa es que tengan mi nombre y mi dirección, y otra que sepan cuántas habitaciones tiene mi casa, lo que pago de hipoteca...

Operadora: Espere un momento que lo consulto.

Yo: Bueno.

[Lalalá, lalalá, lalalá...]

Operadora: Señora Pérez.

Yo: Sí.

Operadora: Me dicen que todo esto es completamente rutinario, y que es parte de su proceso de inscripción en el Mágico Club del Café.

Yo: Ya.

Operadora [odiándome]: Permítame hacerle una oferta.

Yo [desconfiada]: Ah.

Operadora: Una oferta de bienvenida. Una muestra de todas nuestras variedades de cápsulas, en una decorativa caja de ébano, por sólo 107 euros...

Yo [interrumpiéndola] : Déjelo, déjelo.

Operadora: ¿Entonces? ¿Qué desea que hagamos con las cápsulas y su inscripción en el Mágico Club del Café?

Yo: Pues mire, me lo voy a pensar, y un día que me levante cariñosa y comunicativa la vuelvo a llamar y le cuento mi vida entera, ¿le parece?


14 de enero de 2009

Gato Pili

Voy de camino a la frutería, cantando "Sta-aa-ay just a little bit longer" y pensando en manzanas asadas, con su poquito de azúcar y de mantequilla, y me encuentro con el gato Pili, que se llama así porque cuando su familia lo recogió era demasiado chico para que lo bautizaran con garantías, y ahora que tiene siete meses y responde al nombre de Pili no le van a decir por ejemplo José Manuel; y al gato Pili, que está sentado en un muro, no le gusta un pelo que yo cante, que se comprende, porque canto raro, aunque ponga de mi parte, y me mira mal; pero en vez de volverme la espalda con aire de sumo desprecio, que es lo que una esperaría de un gato, me da un manotazo sin uñas ni nada y me tira las gafas debajo de un coche; y yo, en vez de coger al gato y estrujarlo hasta que escupa el hígado y recordarle con voz de psicópata que las gafas me costaron 125 euros porque estaban de oferta y que me quedan menos de dos meses de contrato y que luego vendrá la miseria, siento que me da la risa, y me arrodillo, y recojo las gafas, que no se rompieron pero fueron a parar al charco más asqueroso de Playa Honda (y está reñida la competición), y las seco, y me pongo de pie otra vez, y le doy un manotazo al gato Pili (sin uñas también, juego limpio, juego limpio), y cambio de planes. Nada de frutería ni de manzanas asadas. Me voy a la óptica a que me aprieten bien los tornillos de las gafas, que no se me caigan más. El gato éste no me avasalla a mí.