23 de abril de 2010

Poderes

Elenita se enfermó y le hicieron un montón de pruebas misteriosas. La metieron en una especie de microondas magnético que chirriaba y crujía y parecía que iba a explotar. Le pusieron piecitas de titanio y de cobre dentro. Le inyectaron tecnecio 99. Le dieron rayos gamma. Luego la operaron y la cosieron con hilo azul de Prusia. Y hasta le implantaron una especie de puerto USB en el pecho. Con cable y todo.
Cuando pudo, salió a la calle, al sol. Tenía una sensación rara. Ella era ella todavía, sí, pero había una extrañeza ahí, de fondo. Se sentó en una terraza y pidió vino blanco. El vino olía claramente a cochitos de choque y a algodón de azúcar. Sacó la nariz de la copa, respiró, dejó pasar un poco de tiempo y para dentro otra vez. Y no, no había duda. Algodón de azúcar. Todos los vinos que probó después olían a cosas inesperadas. Uno, blanco también, a principio de curso, a naranjas chinas aplastándose contra los libros y las carpetas en la mochila. Otro, tinto, a monte, a moras de zarza, a pólvora y a sangre de jabalí. “Tengo poderes”, pensó Elenita, “con tanta radiactividad y tanta historia se me ha desarrollado un olfato mutante, superheroico. Y a ver qué hago, porque así no se salva el planeta ni nada”.
Le estuvo dando vueltas al asunto y decidió que iba a beber mucho vino y a salvarse ella. Que ya era, ya.


5 de abril de 2010

Leche condensada

La pastelería de Kitty se llena de repente, así que yo, en vez de sentarme a merendar, me paso al otro lado del mostrador y le echo una mano. No es que sirva de mucho, porque no sé manejar la cafetera ni la caja registradora. Pero puedo limpiar mesas, traer y llevar bandejas, dar recados y sacar cosas de la vitrina. Y sonreír a los clientes y decirles “sí, ahora mismo”, aunque sea mentira.
Llego donde está Kitty y recito “dos cortados con leche condensada, un café solo, un croissant mixto y un dulce de chocolate blanco y fruta de la pasión”. Kitty se indigna en voz baja. “Maldita sea la leche condensada. Cuando llegue el fin del mundo y vengan las naves espaciales a buscar a los elegidos para fundar una nueva humanidad en Alpha Centauri, la pregunta que nos harán para ver si nos dejan subir o no será '¿te gusta la leche condensada?'. Y todos los asquerosos que toman leche condensada se quedarán en tierra”. Yo, sacando platos pequeños del aparador, pregunto “¿por qué?”. “Porque sí. Porque es viscosa y repugnante y fea y empalaga y estropea el café. Y mira qué ruido hace cuando sale. Chuufs”. “¿Y los extraterrestres piensan lo mismo que tú?”. “Claro”. A mí me gusta la leche condensada, pero no lo digo. Además hace tiempo que no la tomo, porque engorda como el demonio. Kitty me adivina el pensamiento. “Si no recaes, te perdonaremos y podrás venir con nosotros”. “Gracias”. “Nada. Pero nunca más, ¿eh?”.