Oigan. El viernes es mi cumpleaños. No, no pienso decirles cuántos cumplo. Muchos. Lo que vengo a pedirles con profundo sentimiento es que, por favor, alguien me felicite antes que la Autoescuela Carmelo.
Yo no sé conducir. Bueno, no sé circular. Si la cosa fuera sencillamente mover el coche en el vacío, o en el desierto, o en una de esas carreteras que salen en las películas de zombis, se me daría mejor. Pero es sentarme al volante, ajustar los espejos y hacerme espantosamente consciente de que hay un montón de peatones, motoristas, camioneros, niños, ciclistas, perros, policías, semáforos, señales, rayas pintadas en el suelo, seres que tocan la pita, ponen indicadores y/o descargan cajas de donuts, chóferes de guagua que me dan paso... todos ahí, todos a la vez. Y no puedo fijarme en tantas cosas al mismo tiempo. Me pongo frenética. Sé que en un segundo se me va a ir el coche de las manos y voy a aplastar a alguien, sea peatón, motorista, camionero, niño, ciclista o perro. O policía. O a todos. Mil quinientos kilos de metal y plástico y cristales y ruido y fuego.
No puedo, no puedo.
Suspendí el examen de conducir seis veces seguidas. No, perdón, siete. La última vez un chico que había aprobado y que olía misteriosamente a anís me aconsejó que me quitara los nervios con un buen pelotazo de Marie Brizard. No funcionó. Todo el mundo me dice siempre que me tengo que sacar el carné, y nunca me lo saco. "Venga, que tú puedes, si es muy fácil, si eso lo hace cualquiera". Bah. Ya ni sé cuántas veces me matriculé en cuántas autoescuelas distintas ni cuánto dinero me gasté del modo más idiota.
Y cada año la primera felicitación que recibo es de la Autoescuela Carmelo, que me manda un sms cariñosísimo a las ocho de la mañana. El mensaje sólo dice "AUTOESCUELA CARMELO LE DESEA UN CUMPLEAÑOS MUY FELIZ", así en mayúsculas, pero yo leo "qué pasa, mujer absurda, otro año más sin carné, qué fracaso, de verdad, vergüenza debía darte". Así que si no les importa, díganme felicidades antes que ellos, y así me puedo poner digna. "Vale, Carmelo, sigo sin carné, pero este año no eres el primero, tío siniestro; ah, y mira, que sepas que el marketing personalizado es contraproducente".
Yo no sé conducir. Bueno, no sé circular. Si la cosa fuera sencillamente mover el coche en el vacío, o en el desierto, o en una de esas carreteras que salen en las películas de zombis, se me daría mejor. Pero es sentarme al volante, ajustar los espejos y hacerme espantosamente consciente de que hay un montón de peatones, motoristas, camioneros, niños, ciclistas, perros, policías, semáforos, señales, rayas pintadas en el suelo, seres que tocan la pita, ponen indicadores y/o descargan cajas de donuts, chóferes de guagua que me dan paso... todos ahí, todos a la vez. Y no puedo fijarme en tantas cosas al mismo tiempo. Me pongo frenética. Sé que en un segundo se me va a ir el coche de las manos y voy a aplastar a alguien, sea peatón, motorista, camionero, niño, ciclista o perro. O policía. O a todos. Mil quinientos kilos de metal y plástico y cristales y ruido y fuego.
No puedo, no puedo.
Suspendí el examen de conducir seis veces seguidas. No, perdón, siete. La última vez un chico que había aprobado y que olía misteriosamente a anís me aconsejó que me quitara los nervios con un buen pelotazo de Marie Brizard. No funcionó. Todo el mundo me dice siempre que me tengo que sacar el carné, y nunca me lo saco. "Venga, que tú puedes, si es muy fácil, si eso lo hace cualquiera". Bah. Ya ni sé cuántas veces me matriculé en cuántas autoescuelas distintas ni cuánto dinero me gasté del modo más idiota.
Y cada año la primera felicitación que recibo es de la Autoescuela Carmelo, que me manda un sms cariñosísimo a las ocho de la mañana. El mensaje sólo dice "AUTOESCUELA CARMELO LE DESEA UN CUMPLEAÑOS MUY FELIZ", así en mayúsculas, pero yo leo "qué pasa, mujer absurda, otro año más sin carné, qué fracaso, de verdad, vergüenza debía darte". Así que si no les importa, díganme felicidades antes que ellos, y así me puedo poner digna. "Vale, Carmelo, sigo sin carné, pero este año no eres el primero, tío siniestro; ah, y mira, que sepas que el marketing personalizado es contraproducente".