19 de diciembre de 2010

Bigotes

Madre: Niña, te tienes que hacer la cera en esos bigotes.
Hija [dudosa]: ¿Tú crees?
Madre [firme]: Sí. Mírate. Hay una edad...
Hija [interrumpiéndola]: Si es que estoy harta de depilarme.
Madre: Quién lo iba a decir.
Hija: Las piernas, las cejas, las ingles... No quiero quitarme más pelos ya, que una vez que empiezas ya no puedes parar. Es una esclavitud.
Madre: Pero es que con esos bigotes no puedes ir por la calle.
Hija: Cómo que no.
Madre: No. Porque...
Hija: Yo todo esto lo tengo muy pensado. Si hubiese dedicado a estudiar todo el tiempo y el dinero que he gastado depilándome en los últimos veinte años, tendría seis carreras.
Madre: Ya. ¿Y para qué te iban a servir seis carreras con esas pelambres?

15 de noviembre de 2010

Catafalco

Cuando el ordenador de Alberto fue y se murió, llevándose consigo las 752 páginas de su primera (y única) novela, "Catafalco", Alberto se quedó un segundo sin respiración. Le dio un golpecito a la pantalla, azul brillante, reinició la máquina, pero no. Nada. Así que, con enorme dignidad, Alberto se desabotonó la camisa, se quitó los zapatos y el cinto, abrió la ventana y se tiró de cabeza.
Nadie lo entendió. Su familia lo enterró con la más profunda sorpresa. Su hermano, que heredó el ordenador, lo llevó arreglar y se encontró con el manuscrito. Se gastó todos sus ahorros en editar el libro, que fue un fracaso.
Claro. "Catafalco". Qué esperabas.

16 de septiembre de 2010

Septiembre

[En la azotea de casa, a las siete de la tarde]

Madre: Vístete, hombre, de verdad, yo no sé qué haces todo el rato en pelotas.

Niño de tres años [muy digno]: Es verano.

Madre: Ya, pero te puedes poner un bañador, unos pantalones cortos, algo. No está bonito que vayas siempre desnudo.

Niño de tres años [filosófico]: Cada uno es cada uno.

Madre [sorprendida]: Sí.

Niño de tres años: Además, al cole voy vestido.

Madre: Claro. Eso no es negociable.

Niño de tres años [cambiando de tema]: ¿Sabes qué aprendí en el cole?

Madre: ¿Qué?

Niño de tres años: ¡Caraculo!

Madre: Ah, mira qué bien. Corre y díselo a tu padre, anda.

Niño de tres años: Ya se lo dije ayer. Cuando me mandó a vestirme.

Madre: Y ponte unos zapatos. Haz el favor. Ya.

Niño de tres años: Yo sin zapatos soy más feliz.

Madre: Dios. No me queda nada.

24 de julio de 2010

Desmentido

Ustedes pensarán que me he muerto. Bueno, no. Aunque no lo descarto tampoco. Pero más adelante. De momento estoy razonablemente viva. La cosa es que no se me ocurre nada que escribir. Me da vergüenza y todo tener esto tan abandonado, pero ¿qué hago? ¿Les pongo enlaces al Boletín Oficial del Estado? ¿Les cuento lo que tengo al fuego o lo que estoy leyendo? Se supone que estoy preparando dos libros (sí, señores, dos), pero, a decir verdad (me encanta "a decir verdad"), sólo se supone, porque pienso mucho pero no produzco ni una letra.
Perdónenme.
Si recupero el tino, les escribo, en serio.



14 de mayo de 2010

Fracaso

Señor muy alto [abriendo la puerta de la calle]: ¿Hola?

La Lupe [preparando la cena y canturreando trocitos asesinos de Cell block tango]: Hola.

[Pinito salta acrobáticamente alrededor del señor muy alto]

Señor muy alto [acariciando a la perra]: Hola, tú, fracaso educativo.

[Pinito insiste en saltar y menear el culo con frenesí y dar lengüetazos al aire]

La Lupe [saliendo de la cocina con una cuchara amenazante en la mano]: No le digas eso al animal.

Señor muy alto: Cómo que no. Fracaso educativo, ven, que tu dueña te vea y te reconozca.

La Lupe: No es un fracaso educativo.

Señor muy alto: Supongo que depende de las expectativas que tuvieras, claro.

La Lupe [toda lealtad]: Últimamente ha mejorado mucho.

Señor muy alto: Sí, ya. Le van a dar el Nobel de la Paz.

La Lupe: Ya no se come los zapatos.

Señor muy alto: No; ahora los roba, los esconde y los chupetea, pero no se los come.

La Lupe [muy digna]: Te parecerá poca mejora.

Señor muy alto: Esta perra no nos tiene respeto ninguno. Date cuenta. Se sube a los sillones y a la cama. Es más, se sube encima de nosotros. Cuando la llamamos no viene...

La Lupe: Sí viene.

Señor muy alto: Bueno, si estás en la cocina y te oye abrir la puerta de la nevera, viene.

La Lupe: Cuando yo la llamo me obedece. O por lo menos no sale corriendo en dirección contraria, como hacía antes. Ahora se queda quieta en el sitio. Eso es un progreso.

Señor muy alto: Ojalá fueras la mitad de optimista con el resto del planeta.

La Lupe [sin hacerle caso]: Y ya no ha vuelto a comerse las paredes.

Señor muy alto: Ah, por cierto, el papel que hace falta para arreglar los agujeros en las paredes cuesta 120 euros el rollo.

La Lupe: No necesitamos un rollo. Con dos metros o tres nos basta.

Señor muy alto: Ya, pero no lo venden por metros. Mínimo, un rollo. Luego habrá que sumar la pintura y la mano de obra.

La Lupe [mirando a Pinito con un poco de desesperación]: Ay.

Señor muy alto: Ay, sí.

La Lupe: Pero cuando le digo “silencio perruno” se calla.

Señor muy alto: Durante una centésima de segundo.

La Lupe: Y cuando le digo “besos sí, mordiscos no” deja de masticar a la gente.

Señor muy alto: Durante dos centésimas de segundo.

La Lupe [sorda y ciega]: Es una perra estupenda. Jovencita aún, impetuosa, pero...

Señor muy alto: Sí, claro. A lo mejor cuando sea vieja y se le caigan los dientes...

La Lupe: Sabe hacer unos trucos divertidísimos. ¿Tú la has visto como se pone en dos patas?

Señor muy alto: Muy útil, sí.

La Lupe [heladoramente]: Otra como esa, bonito, y...

Señor muy alto: Oh, Pinito, cuadrúpedo de belleza sin igual, por favor, ponte en dos patas, que no puedo vivir un segundo más sin ver...

La Lupe: Y pensar que la perra te quiere con locura.

Señor muy alto: Claro. Sólo faltaba que no me quisiera.

La Lupe: Cuánta ingratitud. Dale un zapato, anda, que se entretenga el pobre bicho.

Señor muy alto: Dáselo tú, que tienes muchos.

9 de mayo de 2010

Berberechos

[éste es para Blanca]

Vino a casa el señor del Mercadona y me trajo la compra. Yo no me acordaba de haber hecho compra ninguna, pero no protesté, porque el señor no me pidió dinero. Lo dejó todo en el suelo de la cocina y se fue sin decir palabra. Vamos, a cuenta de qué iba yo a querer dieciocho latas de berberechos, y cerveza sin, y leche de soja, y maizena, y almendras marconas, y bolsas de basura perfumadas con autocierre... Pero cuando estaba colocándolo todo en la despensa y pensando que hay que aprovechar lo que sea que nos mande el destino, sobre todo si es comestible, sonó el timbre otra vez, y era la señora Teresa, testiga de Jehová, que estaba preocupada por mí porque hacía mucho tiempo que no me veía, y pensaba que me habían ingresado o que me habían desahuciado o peor, que ya estaba muerta y enterrada. No, no, señora, tranquila, que estoy bien, ¿ve?, lo que pasa es que no tengo ganas de abrir la puerta, porque ya no me caben más revistas de esas en el mueble de la entrada, compréndame, y además toda la historia de que se acerca el fin del mundo me deprime bastante. La señora Teresa dijo que me comprendía perfectamente y que lo único que quería era interesarse por mí y ayudarme, y que me dejaba este papelito con su número de teléfono por si necesitaba algo. Yo le di las gracias con mucho sentimiento, adiós, adiós, hasta la próxima. Volví a la cocina y seguí mirando la compra y encontré huevos de codorniz. Vale que no era domingo ni día de fiesta ni había gran cosa que celebrar, pero qué coño, decidí, la vida es breve, sobre todo la mía, y además si nos ponemos estrictos eran como de juguete, los huevos, no contaban como huevos-huevos. Así que saqué la sartén y me preparé media docena, con ajitos por encima, y pensé "qué pena que en el Mercadona no vendan huevos de avestruz". Y cuando estaba en pleno coger pan-mojar pan en esas yemas minúsculas, otra vez tocaron a la puerta. Que no abrí, primero porque los huevos fritos son sagrados y no hay nada que merezca que se enfríen. Y después porque lo más seguro era que vinieran a reclamarme la compra que no había hecho, y no, para un regalito que me manda la providencia, no, lo que se da no se quita.
Si alguien está interesado en un lote de berberechos al natural, a buen precio, que lo diga. Van de maravilla con la leche de soja.

23 de abril de 2010

Poderes

Elenita se enfermó y le hicieron un montón de pruebas misteriosas. La metieron en una especie de microondas magnético que chirriaba y crujía y parecía que iba a explotar. Le pusieron piecitas de titanio y de cobre dentro. Le inyectaron tecnecio 99. Le dieron rayos gamma. Luego la operaron y la cosieron con hilo azul de Prusia. Y hasta le implantaron una especie de puerto USB en el pecho. Con cable y todo.
Cuando pudo, salió a la calle, al sol. Tenía una sensación rara. Ella era ella todavía, sí, pero había una extrañeza ahí, de fondo. Se sentó en una terraza y pidió vino blanco. El vino olía claramente a cochitos de choque y a algodón de azúcar. Sacó la nariz de la copa, respiró, dejó pasar un poco de tiempo y para dentro otra vez. Y no, no había duda. Algodón de azúcar. Todos los vinos que probó después olían a cosas inesperadas. Uno, blanco también, a principio de curso, a naranjas chinas aplastándose contra los libros y las carpetas en la mochila. Otro, tinto, a monte, a moras de zarza, a pólvora y a sangre de jabalí. “Tengo poderes”, pensó Elenita, “con tanta radiactividad y tanta historia se me ha desarrollado un olfato mutante, superheroico. Y a ver qué hago, porque así no se salva el planeta ni nada”.
Le estuvo dando vueltas al asunto y decidió que iba a beber mucho vino y a salvarse ella. Que ya era, ya.


5 de abril de 2010

Leche condensada

La pastelería de Kitty se llena de repente, así que yo, en vez de sentarme a merendar, me paso al otro lado del mostrador y le echo una mano. No es que sirva de mucho, porque no sé manejar la cafetera ni la caja registradora. Pero puedo limpiar mesas, traer y llevar bandejas, dar recados y sacar cosas de la vitrina. Y sonreír a los clientes y decirles “sí, ahora mismo”, aunque sea mentira.
Llego donde está Kitty y recito “dos cortados con leche condensada, un café solo, un croissant mixto y un dulce de chocolate blanco y fruta de la pasión”. Kitty se indigna en voz baja. “Maldita sea la leche condensada. Cuando llegue el fin del mundo y vengan las naves espaciales a buscar a los elegidos para fundar una nueva humanidad en Alpha Centauri, la pregunta que nos harán para ver si nos dejan subir o no será '¿te gusta la leche condensada?'. Y todos los asquerosos que toman leche condensada se quedarán en tierra”. Yo, sacando platos pequeños del aparador, pregunto “¿por qué?”. “Porque sí. Porque es viscosa y repugnante y fea y empalaga y estropea el café. Y mira qué ruido hace cuando sale. Chuufs”. “¿Y los extraterrestres piensan lo mismo que tú?”. “Claro”. A mí me gusta la leche condensada, pero no lo digo. Además hace tiempo que no la tomo, porque engorda como el demonio. Kitty me adivina el pensamiento. “Si no recaes, te perdonaremos y podrás venir con nosotros”. “Gracias”. “Nada. Pero nunca más, ¿eh?”.